lunes, 4 de junio de 2018

Detrás de las normas, el detalle.
Gracia Viscasillas
Equipo Centro de Educación Infantil "Patinete"


Hay una cuestión que es importante que permanezca abierta y en revisión en toda institución: la cuestión de los límites, de las prohibiciones, de cómo utilizar y transmitir las normas, de cuál es su función, de qué se trata de regular.
Señalaremos de entrada que una de las características de Patinete es la flexibilidad, que no puede sino sustentarse en un trabajo sobre la organización orientado a favorecer que la institución pueda modularse “para cada niño”, de tal manera que las modificaciones que lo particular de un niño pueda requerir, convivan junto al “para todos” institucional en un ambiente que permita el trabajo. Y todo ello teniendo presente que nuestra institución está inscrita en lo social dentro del ámbito “educativo”.
Así pues, ¿dónde está el límite entre el “laissez-faire” y la docilidad al sujeto? Pues es al sujeto al que apuntamos en el niño. Y hemos constatado que, en ocasiones, ahí donde el niño incomoda, el sujeto puede estar al trabajo.
Uno de los puntos de apoyo de nuestro trabajo son las reuniones semanales de coordinación del equipo, de las que están tomadas estas dos viñetas.
Viñeta 1
Juan, un niño autista de 4 años para quien era muy importante que al finalizar una actividad cada cosa quedase en su lugar, comienza a vaciar cajas, a volcarlas, a dispersar. A nivel de la oralidad surge también este dispersar: comienza a llevar a las educadoras a la cocina y a señalarles algún alimento. Cuando se lo dan, el niño toma un bocado y lo deja por cualquier lado, señala otro alimento y vuelta a empezar.
 
En la reunión surgieron en los educadores dos preguntas que nos hicieron avanzar respecto al caso: ¿por qué les surgía el darle inmediatamente el objeto cuando el niño lo señala?, y ¿cuál es el límite para el educador respecto al dejar hacer al niño?
En esa ocasión, decidimos trabajar en relación a la vertiente de la oralidad. Y los interrogantes que surgieron por parte de los educadores, dieron juego para inventar estrategias.
Por un lado, se planteó que la secuencia directa señalar-dar, nos llevaba a comprender demasiado rápido y unívocamente, y que cerraba demasiado a otras respuestas posibles y a otros efectos. Se planteó entonces el no entender tan rápido, el poder darlo, pero también el equivocarse, el nombrarlo, el jugar con ese objeto, por ejemplo, haciendo malabarismos…
Por otro lado, establecimos una norma en la que también nosotros quedábamos incluidos, regulados: “en Patinete, se come en el lugar destinado para ello”. Así, si Juan señalaba una manzana y se le daba, habría que hacer referencia a ese lugar para comerla, y por supuesto podría no dar sino un bocado e ir a buscar otra cosa. Apuntábamos a crear un intervalo, a generar un lapso que le permitiese despegarse de ese empuje al objeto, que le pudiese ayudar a la construcción de un borde, marcándose también un lugar.
Además, también los educadores, ya fuese un café o una galleta, habrían de tomarlo sentados en el lugar indicado. Señalaremos que la enunciación de esta norma se realizó fundamentalmente de educador a educador, así como hacia el conjunto de los niños -que fueron tan sensibles a esta indicación que a veces, si alguna educadora “distraída” tomaba su café de pie, eran ellos mismos quienes le recordaban que había de sentarse a la mesa. Con estas maniobras remitió ese pedir una comida tras otra, y podemos decir que, como efecto, comenzaron a surgir muchas más palabras, al tiempo que se apaciguó su esparcir.
Quiero señalar aquí la puesta en juego de la “docilidad” del equipo -término a distinguir del “laissez-faire”-, que queda manifiesta de diversas maneras: por un lado, los educadores no dicen “no” a la petición reiterada de objetos de comida; y por otro, son dóciles a la norma establecida y a los momentos de enunciación de la misma por parte de sus compañeros y de los otros niños.
Viñeta 2
Otra escena con otro niño autista, también de 4 años, y también alrededor de la cocina y de la oralidad. Se trata esta vez de Daniel, en quien tras sufrir una operación de vegetaciones se pone en juego el exceso por el lado de la oralidad: aumento vertiginoso de peso en un niño que hasta entonces comía muy poco, gesto repetido de chuparse la mano…
Se planteó en esa ocasión una estrategia en relación con la mamá, pues ésta comenzó a traer todas las mañanas una barra de pan entera con la que en la cocina preparaba un bocadillo que Daniel comía allí, aunque al poco rato almorzaba de nuevo con los otros niños. Poco a poco, solventando todas las dificultades que nos manifestaba tener, la mamá acaba por traer el bocadillo ya hecho y envuelto.
En una ocasión una educadora toma el bocadillo envuelto que Daniel sostiene y quiere comer, y dice que lo pone en la caja junto con los almuerzos de los otros niños. Para su sorpresa, este niño cuya respuesta habitual hubiese sido la de ir a agarrarlo a toda costa, o ponerse a gritar y a aletear, se queda parado ante ella, se abraza a sus piernas y se pone a llorar con lágrimas por primera vez. La educadora, sorprendida, actúa como ante cualquier otro niño: lo toma en sus brazos y le consuela. Podemos decir que por segunda vez en esta escena le da el lugar de “niño”.
En la reunión de coordinación, la educadora -conmocionada por esas lágrimas- se preguntaba sobre los límites de su actuación, sobre si debía de haberle dado ese bocadillo.
Sin embargo, otra educadora trae a la reunión otra escena que aporta su contrapunto: Al día siguiente de la viñeta relatada, Daniel estaba en la cocina con otra educadora, tomó su bocadillo y salió corriendo a la sala… hasta donde se encontraba la educadora de la escena anterior, a quien hizo entrega de su bocadillo.
En esta viñeta también la estrategia del “no” fue en relación a frenar un exceso. Señalamos que el límite no se puso al niño sino, por una parte, a la mamá, y por otra al objeto, al bocadillo. Daniel consintió a ello, y además se pudo incluir en el conjunto de los otros “niños”. Añadiremos que posteriormente fue la madre de Daniel quien comenzó a poner ella misma el bocadillo en la caja de los almuerzos.
 ¿Qué nos enseñan estas viñetas en relación al tema que nos ocupa?
En primer lugar, que para poner una prohibición, una norma, nos orientamos en aquello que quedaba del lado del exceso para Juan y para Daniel. Fue a ese exceso y no al sujeto al que intentamos poner límite, sin cesar en el intento de constituirnos en partenaires del sujeto en el tratamiento del exceso que experimenta.
En segundo lugar, que la “norma” nos concernía, quedando también nosotros sometidos a ella, descartando la imposición arbitraria.
En tercer lugar, que la norma establecida tomaba en cuenta algo de la particularidad del niño.
En relación a la Viñeta 1, hemos de decir que la enunciación de esa norma se realizó teniendo en cuenta el caso particular de ese niño, siendo que anteriormente no se había hecho necesaria en el funcionamiento habitual de Patinete. Pero enunciar una norma, que en ese momento tenía un fundamento preciso, con el transcurrir del tiempo puede convertirse en una “norma ciega”, que funciona por la rutina y que puede llegar a atrapar a niños y a educadores en “obligaciones” innecesarias y que dejan en segundo plano el verdadero trabajo a realizar.
Fue esto lo que ocurrió justamente con esa norma de “comer sentados a la mesa”. Muchos años después de esta viñeta, años durante los cuales otras educadoras se habían incorporado también al equipo, en otra reunión se plantea la dificultad de las educadoras para que un niño –también autista y que por ese tiempo apenas se sentaba en ninguna actividad- comiera sentado a la mesa. En la reunión se señaló que el hacer cumplir la norma se había convertido en algo prioritario para las educadoras, dejando desatendido el trabajo con el sujeto. Hubo que recordar de donde venía esta norma a la que todas ellas se sentían obligadas y en dificultad de hacer cumplir. Esto les alivió de tal manera que pudieron confrontarse al niño que tenían ante sí, sintiéndose autorizadas a desarrollar otras estrategias en el trabajo con él.