jueves, 31 de agosto de 2017

CLÍNICA DEL ESPECTRO AUTISTA (Primera parte) – Jean-Claude Maleval

A continuación presentamos la primera parte del artículo “Clínica del espectro autista”, enviado gentilmente por Jean-Claude Maleval específicamente para la Antena Infancia y Juventud de Bogotá.  el Doctor Maleval es psicoanalista, miembro de la Escuela de la Causa Freudiana y catedrático de Psicopatología de la Universidad de Rennes.  Es autor de los libros Delirios histéricos disociativos y psicosis (1991), La lógica del delirio(1997), La forclusión del Nombre del Padre (2000) y El autista y su voz(2011).




La observación de los pasajes del síndrome de Kanner al síndrome de Asperger da a luz en los años ochenta al concepto del espectro del autismo[1] .  Lo que ocurrió con Donald Gay Tripplet, cuyo caso clínico es el número uno descrito en el artículo original de Kanner, constituye la mejor demonstración y la menos discutible.  Observado alrededor de los años treinta en el  Johns Hopkins Hospital de Baltimore, seguía disfrutando en 2010 de un retiro apacible en el estado del Mississippi. Tras trabajar de cajero en el banco de sus padres, vivía independiente y solitario, manejando todavía su carro y practicando el ocio tal como el golf y los viajes[2]. Semejantes evoluciones constituyen el núcleo duro del espectro[3]. Sin embargo, resulta difícil precisar los límites de dicho espectro. En cuanto a las formas más graves, de este lado de la clínica de Kanner, se encuentra un polo incierto, dado que el diagnóstico diferencial con la esquizofrenia infantil es a veces bastante complicado. Por el otro lado, más allá del cuadro clínico de Asperger, se encuentra un polo invisible constituido por autistas que se independizaron y cuyo diagnóstico ocurre a veces muy tardíamente, incluso nunca. Aparentemente, las variadas posiciones que constituyen dicho espectro se podrían referir a diversos tratamientos sobre la perdida de los objetos pulsionales. La construcción de la imagen del cuerpo se revela en su dependencia.
Los autistas a los que los psicoanalistas, tales como Meltzer y Lefort, pasando por Tustin y Bettelheim, dedicaron sus mayores investigaciones son, en su gran mayoría, autistas “prekannerianos”. Son autistas que no alcanzaron el nivel de estructuración de los de Kanner, en su mayoría poco angustiados cuando uno los deja solos con sus objetos.  La localización del goce en un borde, que constituye una defensa característica, resulta o bien ausente o bien solamente esbozada en los autistas “prekannerianos”.
La falta de borde.
Los documentos  clínicos excepcionales conseguidos por Bettelheim, al estudiar a Laurie y Marcia, y también por los Lefort, por el psicoanálisis de Marie-Françoise, convergen en discernir que los autistas sin “borde protector” « tienen miedo de ser destruidos por el mundo » dice el primero[4], mientras que los segundos consideran que para ellos « hay que destruir el mundo o el mundo los destruye »[5].  Cualquier entrega de un objeto pulsional agujerea el cuerpo, de tal manera que es omnipresente la amenaza de una verdadera castración.  Así es lo que Tustin consigue del imaginario de un niño autista como la presencia central de un hueco negro.  Ella lo correlaciona con la falta de acercamiento del seno materno, con su pérdida no simbolizada[6], convergiendo así con el análisis de los Lefort mediante el cual el Otro del autista resulta ser sin falta y, por lo tanto, conlleva un carácter amenazante. Dado que la falta no está simbolizada, se impone al sujeto una castración real.  Los Lefort ponen énfasis en la percepción del cuerpo agujereado que describen los “hablante-seres” (parlêtres) autistas.  La primera niña que me asignaron en el hospital solía empezar invariablemente las sesiones por obstruir de plastilina todos los huecos del cuarto y, luego, su proprio ombligo. Este tipo de observación no es tan infrecuente. Los autistas sin “borde”, al tener una relación “transitivista” con los objetos, se encuentran particularmente preocupados por los huecos, los de su cuerpo, pero de igual manera con los de su entorno.  Los huecos de la taza de retrete o del lavamanos les preocupan a menudo. Steve está dibujando un trazo ovalado y comenta  « soy yo ».  Al terapeuta que le señala que este trazo se encuentra hueco, él le responde: « quisiera ser así, sin nariz, ni ojo, ni orejas, ni ano. Así no sale ni entra nada »[7]. Enfatiza Eric Laurent « una intolerancia a los huecos » en los autistas[8]. Al cruzarse con ésos, movilizan angustias de pérdida y, por lo tanto, tienden a obstruirlos; mientras que, según Tustin, la entrada en el juego de una pérdida se siente como « un hueco negro lleno de criaturas amenazantes »[9]. Nos lo confirma Malika cuando, al enfrentarse con un hueco en una silla, se pregunta a si misma preocupada «¿qué tal que salga la muñeca desbaratada si no obstruyes ese hueco[10]? », de tal manera que se empeña en colmarlo de plastilina mientras comenta «estoy obstruyendo el hueco para que no llegue una muñeca desbaratada adentro ».  Ya había dicho durante una sesión anterior: « perder la caca, es igual que estar desbaratada » y en otra sesión se preguntaba a si misma: « ¿una muñeca desbaratada tiene huecos? ».
Es muy común que se trastornen al descubrir un objeto roto o incompleto. Tanto las pocas palabras que a veces pronuncian los autistas más comprometidos (« roto, estropeado, arrancado, golpeado»), como las agresiones repentinas, los quebramientos y los lanzamientos de objetos, las puestas en escena violentas (muñecas golpeadas, mordidas, asesinadas, descuartizadas) revelan temores de perjuicios y de destrucciones. Según los Lefort, « cuando lo real no está articulado, el pequeño sujeto está agujereado y el Otro no lo está, lo que puede prefigurar que la castración de la persona permanece irremediablemente en lo real »[11]. Por no tener inscrita una falta simbólica en el campo del Otro, los autistas sin borde se sienten mutilados o convertidos en desechos. Se revelan estorbados por objetos de goce cuya cesión se vive como una verdadera castración. La retención ilegal de objetos pulsionales es correlativa de la presencia de un Otro amenazante y destructor.  Con frecuencia padecen de mutismo y encoprésis, tienen la mirada muerta, se tapan los oídos.  Ante un Otro amenazante, pueden tender a tener actos violentos y conductas autoagresivas (arañarse, morderse, golpearse la cabeza), hasta la automutilación.  En un mundo tan peligroso, constituye la inercia un método de defensa privilegiado: Marcia se dice a si misma « una niña fuerte para no hacer nada »[12]. Al no respetar este trabajo se puede fomentar el desencadenamiento de episodios de violencia. « Al iniciar el menor movimiento para ayudarla, dice, esta niña totalmente encogida en si misma y hasta entonces inerte, se arrojaba furiosamente hacia adelante, se colgaba de nuestra garganta y procuraba estrangularnos »[13].
Los objetos que les llaman la atención para manejar la perdida en la realidad están convocados por su aspecto concreto y no como representativos. Rompen y arrojan mucho y usan fácilmente oposiciones al tratar de dominar el hueco: vaciando y llenando, abriendo y cerrando, rompiendo y arreglando, etc.
La sintomatología clínica de los autistas sin borde es muy heterogénea: enseña posiciones subjetivas muy distintas. Si uno los abandona a ellos mismos, los hay quienes prefieren la automutilación, otros la inercia, los hay que se ponen hiperactivos, violentos o que tienen tendencia a fugarse, etc.  Todos son solitarios, muestran trastornos del lenguaje y no hacen demandas. Los comportamientos de inmutabilidad se quedan discretos, a veces  ausentes, de tal manera que hace falta uno de los mayores elementos para hacer la diferencia con la esquizofrenia infantil. Solo queda el momento en que aparecen los trastornos: tienen lugar desde el inicio en el autismo, mientras que, en el esquizofrénico ocurren después de un desarrollo aparentemente normal durante los primeros años de vida.  Esta diferencia que uno encuentra en la mayoría de los libros contemporáneos resulta poco discriminativa: existen esquizofrenias insidiosas, mientras que el autismo puede ser diagnosticado muy tardamente. El polo prekanneriano del autismo es heterogéneo, mal conocido y difícil de distinguir de las psicosis infantiles.
La evolución que conduce a la construcción  o a la elección del borde resulta ser el mejor elemento clínico para poder hacer la diferencia. Sin embargo, parece que el autista se dirige hacia los objetos para manejar su perdida, mientras que el esquizofrénico más bien recurre al significante. El recurso a objetos o a comportamientos comodín se diferencia algunas veces de las formas más severas del autismo: Marie-Françoise utiliza a veces igualmente  el marino o el biberón para obturar el ojo, Laurie se pega al cuerpo de su educadora, Marcia no cesa de operar un manoseo complejo con sus dedos para aislarse del mundo, etc.Ya Marie-Francoise lleva muy presente el comportamiento muy característico de coger la mano del otro para hacerle realizar un gesto que el propio autista podría realizar. Este comportamiento sirve sobre todo para evitar una solicitud que podría movilizar la falta. Firma entonces, según los Lefort, « una relación Real con el cuerpo del Otro que fracasa a recortar ahí objetos »[14].
Sin embargo, en medio de los autistas  prekannerianos, parece que los hay que no se dirigen hacia la construcción de un borde. Según Tustin, son los más difíciles de curar.  Ella hace una diferencia importante entre los niños « crustáceos », que se quieren proteger con una « concha », y los niños « amebas », que no tienen borde. Asegura que estos últimos son « pasivos, flojos y reaccionan solamente a través de comportamientos puramente fisiológicos, tal como crisis de temblor, de estornudo, de bostezo, de toz, es decir, en el registro de la expulsión inmediata[…] En cambio, los niños « crustáceos » interponen un comportamiento elaborado entre el estimulo y su reacción. Se chupan la lengua, hacen burbujas de baba, brincan, castañetean, tensan los músculos: tantas reacciones dominadas por sensaciones para señorear la consciencia de un choque al cual sucumbieron los niños  flojos »[15]. Escribe que procuran rodearse de una  « concha ». Divisa precursores de la construcción del borde a través de « sensaciones-formas » creadas por sensaciones corporales suaves tal como el desagüe de la orina a fuera del cuerpo, burbujas de baba alrededor de la boca, baba untada sobre objetos exteriores, o también la diarrea y el vómito. Sujetar un objeto exterior, o apoyarse suavemente contra él, mecerse, revolotear, tanto como movimientos estereotipados de las manos y del cuerpo pueden producir igualmente esto tipo de sensaciones.

[1] Dovan J. Zucker C. Autism’s First Child. Atlantic Magazine. October 2010.http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2010/10/autism-8217-s-first-child/8227/
[2] Dovan J. Zucker C. Autism’s First Child. Atlantic Magazine. October 2010.http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2010/10/autism-8217-s-first-child/8227/
[3]  En la literatura psiquiátrica internacional, el espectro del autismo se ha desatado de la clínica, volviéndose así un trastero heterogéneo. Según la CIM-10, abarca ocho categorías: autismo infantil, autismo atípico, síndrome de Rett, otro trastorno  desintegrativo de la infancia, hiperactividad con atraso mental y movimientos estereotipados, síndrome de Asperger, otros trastornos generalizados del desarrollo, y trastorno generalizado del desarrollo sin precisiones.
[4] Bettelheim B. La forteresse vide. [1967] Gallimard. Paris. 1969, p. 264.
[5] Lefort R. et R. Naissance de l’Autre. Seuil. Paris. 1980, p. 273.
[6] Tustin F. Le trou noir de la psyché [1986]. Seuil. Paris. 1989, p. 30.
[7] Lemay M. L’autisme aujourd’hui. O. Jacob. Paris. 2004, p. 166.
[8] Laurent E. La bataille de l’autisme. Navarin/ Le champ freudien. 2012, p. 68.
[9] Tustin F. Autisme et protection. [1990] Seuil. Paris. 1992, p. 238.
[10] Usaba aqui el « tu » en lugar del «yo » tal como lo solía hacer.
[11] Lefort R. et R. Naissance de l’Autre, o.c., p. 411.
[12] Bettelheim B. La forteresse vide, o.c., p. 285.
[13] Ibid., p. 277.
[14] Lefort R. et R. Naissance de l’Autre, o.c., p. 330.
[15] Tustin F. Autisme et protection. [1990] Seuil. Paris. 1992, p. 174.
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