domingo, 7 de junio de 2015

¡TOMATE UN PESO!!

 Reflexiones sobre dispositivos para las adicciones    [1]                                                                                                         

Hace un tiempo tuve la ocasión de presenciar el trabajo de un grupo llamado terapéutico en una institución que recibe personas con adicciones. La situación me permitió hacer algunas reflexiones sobre el ‘trabajo en grupo’. No voy a dar cuenta del dispositivo sino de lo que me ha permitido pensar esta experiencia.

Me pregunté:
¿Que es un toxicómano?
¿Por qué es necesario el trabajo en grupo en vez del trabajo llamado individual?
¿Cómo podemos orientarnos?

A la primera pregunta respondí: un toxicómano es un consumidor. Da lo mismo que sea hombre o mujer. Entonces comprendí lo que decía Jacques Alain Miller cuando nos decía que al toxicómano hay que deducirlo, recordando a Lacan que nunca habló del  toxicómano pero si de la intoxicación. Decir esto es decir que no contamos con el sujeto  ya que la droga sutura y tapona la manifestaciones del sujeto dividido, evita el encuentro con la castración. La intoxicación aparece como una respuesta sintomática que intenta anular la división que es la marca de la posición subjetiva, el individuo evita hablar, no quiere saber nada del inconsciente.
Entonces a partir de una práctica: la intoxicación, se crea un personaje definido por esa práctica, se crea un “yo soy”. 
Es un “yo soy” que está por fuera de la lógica fálica.
Este “yo soy” toca entonces también  a la cuestión del nombre, implica una manera de nombrar.

A partir de aquí podemos entonces ubicar cuestiones primarias:
-Le cuesta tomar la palabra porque la palabra develaría lo que quiere evitar: su posición subjetiva determinada por su relación a la castración.
-Las instituciones y grupos para toxicómanos lo confirman en su nombre, a partir de un fenómeno identificatorio fuerte que le daría consistencia y le aseguraría no encontrarse con su vacío.
 Esto va justamente al encuentro de los “requisitos” de la experiencia analítica.

Tomate un peso!
Un joven de 20 años, chistoso, divertido, que habla todo el tiempo, más bien maníaco, integra el grupo que se reúne tres veces por semana una hora.
Esa tarde llega y dice “Soy padre”. Los integrantes del grupo se sorprenden ya que nada les había indicado esta novedad, no saben si es un chiste o es en serio.
Relata que viene de ver al bebe, que esto le cambia todo, lo da vuelta, ahora tiene que ser distinto, por el hijo se rescata.
Se trata del producto de una relación ocasional. En una ocasión había salido con la prima de un amigo y hace unos meses  le dice que está embarazada de él. Cuando le dice esto ya lleva 7 meses de embarazo.
Para la familia “está todo bien”, cada uno continuará en su casa, con su vida.
Él puede verse en esta nueva forma: es padre, se imagina con un chico mucho más grande que este bebe y piensa que lo va a llevar a jugar al fútbol y cuando sea grande van a salir los dos juntos de caravana. ‘Yo no tengo ningún compromiso con la madre.’
Nos comenta con sorpresa y con risa que el  nombre que la madre y su familia eligieron ponerle es Tomas.
Relata entonces que él comenzó a drogarse cuando alguien se acercó y le dijo: “¿Tomás?” Y él no pudo decir que no, así comenzó.
Después cuando estaba en abstinencia pasaba por la verdulería y veía “tomate 1 $” y se le imponía el sentido de consumir por un peso.
Ahora piensa hacerse el ADN para verificar que es su hijo, aunque no tiene muchas dudas por el parecido que le encuentra.
Recuerda entonces que sus primeras relaciones sexuales fueron producto que su padre le dio el diario y le dijo que eligiera algo del rubro 59, luego lo llevó, lo esperó afuera y volvieron, de esta misma forma se repitieron los encuentros con prostitutas.

Imperativo imparable
Este joven conmovido por la situación toma la palabra. En sus dichos podemos ubicar lo que nos enseña la época: hay un imperativo del super yo que dice ¡gozá! y el sujeto sólo puede obedecer: al imperativo del padre para que se desvirgue, al amigo que le ofrece droga, a la amiga que le trae un bebe: Tomá!
Aprendemos también que una identificación rescata: no es más ‘toxicómano’, ahora ‘es padre’, pero el imperativo de goce sigue en el horizonte: lo que se comparte con ese hijo es ‘salir de caravana’.

La enseñanza de la toxicomanía
Las adicciones nos enseñan acerca de las características  de los síntomas   contemporáneos.
El goce toxicómano es paradigmático de la modalidad autista del goce.
En la clínica encontramos mas el pasaje al acto que el retorno de lo reprimido, es decir un predominio del hacer respecto de la simbolización.  Esto tiene una consecuencia: no funciona la tríada síntoma, demanda, transferencia del tiempo preliminar del análisis.

No hay síntoma  en tanto no haya una división subjetiva que implique una pregunta del sujeto sobre algo que no anda. Por lo tanto el síntoma no se puede articular a la demanda. Los nuevos síntomas no dan cuenta de la división del sujeto, pero se configuran como un tratamiento de la división subjetiva, cubren la hiancia de la castración. La droga permite lidiar con la castración, con el Otro sexo, con el malestar, es utilizada para  no pensar y para separase de la angustia

En estos casos el sujeto se ubica del lado del S1 y de la identificación.
Sin duda esto obstaculiza el tiempo de la rectificación subjetiva. 
No hay una demanda, esta está magnetizada por el objeto de goce.
La transferencia entonces no se dirige al saber sino que se configura como fijada al objeto de goce, a la insignia. De esto surge una parálisis de la transferencia simbólica  y nos deja ante el estatuto de la palabra vacía e impotente.

¿Cómo orientarnos?

La demanda es correlativa del Otro barrado.
Lo que llamamos actualmente ‘el Otro que no existe’, no es un Otro barrado, sino que se trata de una pluralización tal de los semblantes del Otro que nada es seguro. Lo que aparece como seguro es la experiencia del cuerpo, impulsos, afectos, voluntad de poder, voluntad de gozar: al lugar del Otro que es incierto, viene un objeto de goce cierto. Es el goce lo que se convierte en garantía y es en este sentido que el hombre moderno esta dispuesto a todo para gozar.
A esto responde el síntoma en una dimensión social: la angustia

Se trata entonces de rectificar al Otro antes que rectificar al sujeto. Como decía Mauricio Tarrab, hay que hacer entrar eso que se rechaza, hacerlo entrar en el saber, ¿cómo? Reconstruyendo el Otro. Encarnar un Otro diferente que dice sí al sujeto y no al goce , un Otro que no excluye, no rechaza, no calla, no obtura, no sofoca, no atormenta y  permite una nueva implicación del sujeto, un nuevo lazo transferencial al Otro.

Si el Otro desfallece, la institución o el grupo pueden ser la ocasión de otro Otro.
En ese espacio se puede ubicar sus rasgos singulares para ir despejando el espacio del sujeto y  abrir un espacio que permita alojar una demanda.

¿Cuando podemos decir que una demanda es verdadera?
Cuando esta sostenida por un deseo decidido y se articula a un síntoma.
¿Cómo el sujeto  puede hacer uso de un grupo, de una institución para tratar su cuestión?
A partir de un ofrecimiento calculado que apunte al sujeto y que favorezca un encuentro.

El problema es que se puede caer en lo contrario de lo que se busca, es decir callar al sujeto invitándolo a hablar. Se parte de que decir todo hace bien, pero esto justamente hace callar.

Tomar este espacio como un trabajo preliminar al sujeto implica pasos lógicos.
Es importante poner el acento sobre el bien decir, apuntando, a través del trabajo de la transferencia que haya preguntas planteadas por el sujeto.

Recordemos que la emergencia pulsional, en vez de hacerlo hablar lo ha hecho drogarse por lo que tenemos que tomar el drogarse como una forma de decir[2].

La toxicomanía no es interpretable No se interpreta el uso de la droga, pero lo que permite separase del toxico es ubicar el lugar de inscripción, lugar de la presencia de  del toxico.

No pensamos en el grupo con una función de catarsis, sino que el sujeto tome la palabra a propósito de una experiencia atravesada individual o colectivamente.
El sujeto no es soluble en lo colectivo, aunque este el ideal del grupo, las circunstancias, el sujeto mantiene su particularidad y su responsabilidad de sus actos.
El trabajo tomaría el camino de despegar al sujeto del grupo
¿Como? Mantenerse abierto a los riesgos de la sorpresa, todos tiene que poder expresarse y hacer circular la palabra, pero sin presión, aceptar la modalidad de cada uno.
Apaciguar la angustia del que no puede parar de hablar por una intervención o una pregunta, salir del mutismo.
En muchos grupos ocurre que hay uno que trata de construirse en detrimento de otro del grupo por posiciones agresivas  que juzgan, mostrando los ‘déficits’ del semejante, hay que evitar esa deriva que lleva el grupo al fracaso.
Se trataría de alentar a cada uno a tomar sus propios significantes, investir su propia historia, apuntar a la singularidad del sujeto y desprenderse  de los ideales identificatorios del grupo. Tocar al sujeto desde el punto de vista de su responsabilidad subjetiva.

Destaquemos entonces la importancia del encuentro pero también de la ética de nuestra respuesta, para esto no tenemos que dejar de lado el diagnostico de estructura.

La práctica de la intoxicación es ser consumidor, es el sueño del discurso capitalista y la época muestra que todos somos consumidores y que cada uno tiene una modalidad de “adicción”.
El consumidor quiere probar que el inconsciente no existe.
Le toca a los psicoanalistas demostrar lo contrario, convirtiendo al toxicómano en alguien  apto para el análisis.




[1]  Marcela Errecondo.  Jornadas Anuales de Rosario.                                                                                                            25-26 agosto 2006

[2] Higo Freda, Del hacer al decir