jueves, 5 de junio de 2014

ORIENTACION ANALITICA EN LA INSTITUCION PSIQUIATRICA

                                                                                                   Alfredo Zenoni


            Les agradezco el haberme invitado hasta aquí[1] para trabajar con ustedes una problemática clínica y práctica que ahora se ha convertido, desde hace algunos años, menos marginal en el Campo Freudiano, de lo que lo era hace diez o veinte años. Sin duda, en el entre tiempo, una cierta idea del analista solitario, borrado, especialista de la des-identificación, que no tiene ningún ideal y que no cree en nada ha dejado el lugar a otra idea que es la que Eric Laurent evocaba durante una conferencia, la del analista ciudadano[2]
                Los analistas han comenzado a captar, o deberían comenzar a captar, que su deber no es solamente escuchar, encerrados en su reserva, sino saber transmitir en lo que concierne a la condición humana, eso que de la particularidad de un sujeto, del caso por caso, puede ser útil para un mayor número, para parafrasear lo que dice Lacan a propósito de la salida del discurso capitalista, "que no constituirá un progreso, si es sólo para algunos"[3].
                Hubo un tiempo en donde se pensaba que el analista se tenía que manifestar principalmente en el campo de la cultura. Nosotros creemos que tenemos que intervenir también en puntos mas precisos de nuestra sociedad y en particular en las redes de ayuda, en las prácticas institucionales y sociales, en la política de la salud mental, a fin que el respeto de los "derechos del hombre" no sea cortado de la dimensión del sujeto de la clínica, en un momento en que el discurso de la ciencia está en tren de fagocitarse toda la práctica psiquiátrica.

La antinomia psicoanálisis / institución

                Lo que ha podido alejar a los practicantes del análisis, de su intervención en el campo de la salud mental ha sido, entre otros, una formulación del problema en términos de relaciones de antinomia (o de compromiso) entre dos prácticas, la práctica del análisis y la práctica institucional.
                Se ha podido oponer, casi término a término, los objetivos de la institución de salud mental y los de la cura analítica, para remarcar lo inconciliable y concluir enseguida en la necesidad para el analista de una posición extra o anti-institucional (eventualmente y paradojalmente en el interior de la institución misma). Recordemos algunos de lo términos de esta oposición. La institución apunta a reducir la pregnanacia del síntoma, mientras que el análisis apunta a hacer emerger los significantes inconscientes y su ligazón pulsional. La institución quiere el bien y la salud del individuo, lo protege y lo ayuda, mientras que el análisis no apunta a ningún bien, sino solamente a la emergencia del deseo, que no excluye ni el malestar ni la angustia. La institución responde a la demanda, mientras que el analista por su escucha radical apunta a la raíz misma de la demanda. La institución en fin trata de reconstruir la unidad del sujeto, mientras que el análisis apunta a su división.
                La conclusión práctica que se deduce de esta confrontación puede llevar así a ciertos analistas a oscilar entre una actitud de rechazo o de crítica de la institución en tanto que lugar inapropiado al tratamiento psicoanalítico y una actitud de intervención, pero a condición de no ser parte del dispositivo institucional. Plantear el problema en estos términos comporta un doble inconveniente: ya sea dejar al mentado analista en su exterioridad absoluta, o incluirlo en la institución de un modo problemático, porque al querer diferenciarse de todo criterio de funcionamiento institucional, termina por suscitar una aversión hacia el psicoanálisis que lleva a su eyección. En los dos casos el psicoanálisis termina por no tener más ninguna incidencia ni en la clínica, ni en la práctica institucional.
                Si la cuestión de la relación entre el psicoanálisis y las instituciones se agota en la controversia alrededor de la posibilidad de practicar la cura analítica en instituciones, creemos que esto tiene que ver con el hecho de haber identificado rápidamente el discurso y la ética del psicoanálisis a su aplicación a la terapéutica individual, en particular del neurótico - como es sensible en la enumeración de las oposiciones mencionadas más arriba. Ahora bien esta identificación desconoce que las instituciones y las redes de ayuda no sólo reciben otras categorías sociales que las que habitualmente  se dirigen al psicoanalista -como Freud decía en Las nuevas vías de la terapia analítica, en 1918- pero son sobre todo destinadas a recibir, alojar y ayudar, en prioridad, otras posiciones subjetivas que la neurosis y responder a una clínica que está más bien constituida por el pasaje al acto, el acting out, el fenómeno psicosomático, la epilepsia, por ejemplo. Por otro lado, esta identificación  corre el riesgo de ignorar lo que la consideración del "malestar en la cultura" ha podido tener como incidencia en la teoría de las pulsiones y en la práctica del análisis en Freud mismo.
                El impasse de esta formulación se debe a la transposición pura y simple del trayecto de un analizante al esquema de la institución, lo que de un golpe reduce la definición de la orientación analítica de una institución al hecho de incluir en su seno un consultorio de analista.

                   sujeto______________ consultorio
(en la vida social)                               del analista

                Ahora bien, lo que esta transposición desconoce, es la razón misma de la existencia de la institución. Criticar las instituciones de atención y asistencia porque su marco sería desfavorable al discurso analítico, o no tolerar trabajar ahí  más que a condición que sirvan de marco al consultorio analítico, simplemente es no tener en cuenta la clínica que ahí se recibe. Ya que, antes mismo de apuntar a "tratar" al sujeto, la institución existe para recibirlos, ponerlos al abrigo o la distancia, ayudarlo o asistirlo: antes de tener un objetivo terapéutico es una necesidad social. Es la necesidad de una respuesta a los fenómenos clínicos, tales como ciertos estados de la psicosis, ciertos pasajes al acto, ciertos estados de deterioro psíquico que pueden llevar al sujeto hacia la exclusión social absoluta o hacia la muerte, que motiva la creación de una institución. Es un "deber de humanidad"[4].
                No se trata entonces de comparar la institución de atención a la consulta psicoanalítica -para decir que la primera no puede llenar la función de la segunda o que sólo es compatible si se convierte en la sala de espera de un consultorio de psicoanalista. Se trata de reconocer la diferencia entre dos aplicaciones posibles del psicoanálisis.
                La clínica puede permitir o motivar la entrada en la cura psicoanalítica, es una condición necesaria, pero no suficiente[5]. Algunas veces la clínica exige tambien la respuesta de una práctica social e institucional. No sólo por los fenómenos de delirio, sino que una respuesta tal es exigida por lo que, del goce retorne en el cuerpo y en el actuar: pasaje al acto suicida o peligroso, automutilación, agresión, y tambien: errancia, inmovilidad catatónica, estupor melancólico, pérdida de todo interés, ausencia de todo proyecto, uso desbastador de las drogas o el alcohol. Ahora bien, no es por el hecho de que una respuesta tal se inscriba en el discurso del amo que por eso no pueda ser orientada o esclarecida por el psicoanálisis, ni porque está orientada por el psicoanálisis que deba tener la presencia de la sesión analítica. Porque ésta exige condiciones precisas, como lo recordaba recientemente Antonio Di Ciaccia, que son deducibles del matema del discurso del analista.
                Cuando nosotros ubicamos en la base de la existencia de la institución su motivación clínica, podemos entonces proponer una tercera vía, otra manera de plantear el problema que el del eterno debate sobre la compatibilidad del psicoanálisis y de  la institución. Ya que la psicoterapia no existe y cuando las condiciones de la sesión analítica no se dan, podemos elegir una aplicación del discurso analítico a la práctica institucional como tal -que es una práctica colectiva "entre varios" - sin por eso excluir que se pueda aplicar en otra parte, por ejemplo en la entrevista individual. Nuestra opción no es tanto la de la integración del psicoanálisis a un conjunto, "interdisciplinario" de prácticas, sino la de una práctica fundamentalmente una, incluso si está ejercida entre varios, orientada por el psicoanálisis.

                                                          Psicoanálisis aplicado
                                                                   .                       .
                                                                 .                          .
                                                               .                             . 
                                                      Institución                      consulta

                Entonces, la cuestión no es saber si, y en qué medida, la terapia analítica puede ser practicada en medio de otras prácticas, sino si, y en qué medida el psicoanálisis puede ser aplicado a una práctica institucional: cuestión que concierne menos la intervención de una persona "con el título de psicoanalista", que la política del psicoanálisis, "el deber que le corresponde en nuestro mundo".

Clínica e institución

                En primer lugar, es a causa de un insoportable clínico que la práctica colectiva de la institución se instala y no en vistas de un objetivo terapéutico. Una práctica de alojamiento, de atención, de asistencia - y en la ocasión de internación- es necesaria cuando las modalidades desbastadoras  del "retorno en lo real" de la pulsión amenazan la sobrevivencia o simplemente la vida social de la persona que sufre. Falta de lo que, ella misma o su entorno corren el riesgo de estar expuestos  a consecuencias dramáticas. Una joven mujer, que vimos en una presentación de enfermos, y cuya posición subjetiva se traducía por la certeza de una fealdad y una monstruosidad tales que no se podía soportar sin la presencia de alguien que la ame a su lado, nos decía por ejemplo: "Fuera de acá, voy a decir que sí  a cualquiera y a cualquier cosa", y eso era lo que había pasado justamente antes de su hospitalización, lo que la lleva a afirmar: "Es por lo que yo quiero quedarme en el hospital".
                Recordar la motivación clínica de la existencia de la institución tiene la ventaja de evitar desconocer su función social irremplazable y entonces evitar su supresión -como ha sido el caso en Italia por ejemplo- . La institución no debe ser mantenida porque cura ni tampoco debe ser suprimida porque no cura.  Ya que en el primer caso, hay un gran riesgo en considerar como natural el hecho de quedarse en el hospital "por  duración indeterminada" y en el segundo, hay un gran riesgo de dejar a los pacientes librados a sus dificultades, ya sea en un retorno  a la familia o a su lugar natural. Estas dificultades los exponen a la errancia y a nuevos pasajes al acto.[6] Mantener esta función "social" es justamente lo que permite marcar un límite a una voluntad terapéutica, que sin este límite, corre el riesgo de transformar la institución en un lugar de alienación y de experimentación a ultranza. Tal vez no se ha suficientemente percibido que es a causa de esta confusión entre su función "hotelera", de "hospitalización" (en el sentido etimológico del término) y sus objetivos terapéuticos que la institución ha podido ser el objeto de críticas y de medidas de abolición.
                Por otra parte hacer valer la necesidad social de una práctica institucional en respuesta a ciertas consecuencias de la "forclusión de la pulsión" tiene la ventaja de desplazar el acento al seno del equipo tratante, de desplazar la jerarquía de competencias supuestas por los diplomas a lo real de una cuestión clínica compartida.
                Cuando el estado clínico de la psicosis puede permitir la transferencia sobre un analista no es necesario, ni siquiera aconsejable, que el sujeto esté instalado en una institución o insertado en una red de ayuda. El tratamiento de la psicosis no exige automáticamente una respuesta colectiva, como lo prueban los testimonios cada vez mas numerosos de curas de sujetos psicóticos en lo de los analistas. Incluso el sujeto se las arregla para crear alrededor de él una red de intervinientes (analista, psiquiatra, médico, trabajador social, etc.) que equivale a una institución invisible.
                Pero cuando esta posibilidad no es practicable, la clínica exige una respuesta que no puede ser ni la de un único practicante, ni la de un solo momento del día. Muchas veces la agitación, la injuria, la crisis "epileptiforme", la pelea, la interpretación persecutoria de un gesto,  no pueden esperar la entrevista del día siguiente. Entonces es necesaria una cierta forma  de dirigirse al sujeto, una cierta forma de intervenir o de no intervenir, un cálculo en suma, de la posición que conviene ocupar y que pueden ser requeridos de todo practicante, como tambien en los momentos del día que no coinciden con la práctica o con el momento de la consulta. Brevemente, la clínica exige  algunas veces una respuesta de tipo "hospital". Toda la cuestión es entonces saber si el psicoanálisis puede esclarecer, guiar, orientar la práctica hospitalaria como tal, si el psicoanálisis puede permitir ejercer una acción médica y una acción de ayuda y de asistencia, de alojamiento, que estén en condiciones de hacer lugar a la clínica del sujeto, tomando como referencia las diferentes modalidades del retorno en lo real de la pulsión, en el contexto de una vida institucional. Entonces ya no se trata de saber si y cómo el psicoanálisis puede tener "un lugar entre las otras prácticas  médico-sociales", sino si estas otras prácticas pueden ser ejercidas - en su motivación clínica y en su función social- teniendo en cuenta las hipótesis del psicoanálisis. Se trata de saber si los discursos que atraviesan una institución inscripta en el campo médico-social pueden ser orientados por las cuestiones del psicoanálisis, por ejemplo las cuestiones que la psicosis plantea al psicoanálisis, y no saber si la práctica de un psicoanálisis puede llegar a inscribirse entre estas prácticas.
                Cada practicante puede tener su propio estilo, su modo de estar presente, "distraídamente" o atentamente, su humor o su seriedad , cada practicante puede tener sus responsabilidades específicas, pero cada uno debe contribuir a presentificar una figura del Otro que permita al sujeto tener ahí un lugar  sin la ruptura del pasaje al acto. Aparece enseguida que presentificar una figura pacificante del Otro, promover una cierta "atmósfera" de vida en común, que haga la estadía más viable para todos, no es el deber de un solo practicante, sino que sólo puede proceder de una orientación de trabajo compartida por todos los practicantes, más allá de las competencias de cada uno. Es la naturaleza de la clínica que exige aquí una respuesta "entre varios", que exige la formación de un equipo.
                Así, la referencia tomada en lo real que motiva la existencia de la institución, transforma la cuestión de la relación "psicoanálisis e institución" (que está finalmente motivada por la preocupación identificatoria del practicante) en dos tipos de preguntas más concretas: por un lado, la de una aplicación posible del psicoanálisis a otra práctica, y por el otro la de la relación entre psicosis y psicoanálisis.

Comunidad de trabajo y tratamiento de las psicosis
               
                El interés renovado por la clínica en el campo institucional no está desconectado de una modificación interna en la enseñanza de Lacan de la teoría misma de la clínica.
En un  primer tiempo de esta enseñanza se puede llegar a concebir la psicosis en términos de déficit de la neurosis y entonces aplicar a la psicosis el psicoanálisis elaborado a partir de la clínica de las neurosis, con todas las objeciones o reservas que esto puede suscitar desde Freud. Pero un momento posterior de esta enseñanza nos sitúa en el hilo de un abordaje un poco invertido. Acá se trata más bien de aplicar la psicosis al psicoanálisis y de imponerle las inversiones conceptuales, las modificaciones teóricas y las consecuencias clínicas. La orientación de nuestra presencia en la institución se encuentra de esta forma modificada. Podremos pasar de un abordaje terapéutico, tal vez muy influenciado por aplicación de los conceptos pertinentes a la cura de la neurosis y en donde se importan en el dispositivo institucional la práctica del psicoanálisis -ya  sea de manera individual o para aplicar esas categorías sobre el dispositivo institucional mismo - a otro abordaje. Este abordaje es más "didáctico" para todos. Ya que es la psicosis que nos enseña sobre la estructura y nos enseña en cuanto a la solución y a la variedad de soluciones que es posible inventar, al problema de la inconsistencia de esta estructura misma.
Se deduce de esto que el campo de nuestra posición en la práctica institucional está balizada por dos vectores: por un lado lo que mantiene irreductiblemente intratable lo real de la clínica, es una confrontación con lo imposible que jaquea lo que Lacan llama en su Seminario La ética, la"pastoral psicoanalítica"[7]. Por el otro, la lección que nosostros podemos extraer de la lógica de las "soluciones", o las invenciones de la psicosis.
                Esta posición de alumnos de la clínica, dada por la psicosis y su nuevo lugar en la enseñanza de Lacan, trae aparejado una doble modificación: en el plano del saber y en el plano del poder.

                1- Frente a lo que hay que interrogar,  aprender, o  reformular, de los saberes constituidos, los títulos y los diplomas -que son supuestos fundar la especialidad terapéutica de cada uno- éstos resultan relativizados. Se trata menos de un saber que ya está de antemano, que un saber que hay que elaborar. Ahora bien, una posición de investigación, de estudio, de cuestionamiento tiene la inmensa ventaja de contribuir a disipar los efectos imaginarios que comporta toda jerarquización de las formaciones diplomadas en beneficio de la creación de una comunidad de trabajo entre practicantes operando en un mismo campo. Estar entre practicantes, en una posición no jerarquizada a priori en cuanto al saber, se repercute en poder compartir la misma responsabilidad: la responsabilidad de inventar la respuesta el tipo de acompañamiento para asegurar un "trabajo de la psicosis" que generalmente corre el riesgo de encontrar el límite del pasaje al acto o de la transferencia erótico-agresiva. La libido del equipo se inviste entonces en una apuesta en común, en la discusión de las hipótesis en lo que ha tenido efecto y en deducir una estrategia de eso.
      Este vaciamiento del saber previo, redobla así la dispersión natural del "sujeto supuesto saber" que comporta el hecho de una presencia entre varios y nos ubica en una mejor posición que la del "sujeto supuesto saber" para encontrarse con el psicótico que tiene la certeza de saber lo que le pasa, o lo que es la significación de lo que sucede en el lugar del Otro. No olvidemos que si la significación  del "sujeto supuesto saber" puede tener una virtud pacificante para el sujeto neurótico, no sucede lo mismo en la psicosis, en donde el saber se conecta con existencia misma del sujeto. Entonces, el saber no es más "supuesto" sino que se encuentra realizado, por el sujeto, como su referencia de goce.

          Un hombre joven tiene una verdadera pasión por  los Pink Floyd, que aparentemente le viene de su padre. Graba los discos, imita los gestos del baterista, etc. pero tambien desarrolla alrededor de esto toda una interpretación delirante y una agitación invasiva. ¿Hay que alentarlo en esta vía? Por ejemplo, aumentando las ocasiones en las que pueda escuchar esta música, participar en los conciertos, etc. ¿Hay que acompañarlo en otra vía? Ya que cuando se le plantea la pregunata: "¿Hará música más tarde?, por ejemplo profesionalmente, responde: "Hace falta que haga mi asunto del colectivo". Nos enteramos que conoce toda la cartografía de la región, las distancias en kilómetros, las rutas, etc. El es quien organiza los itinerarios de las excursiones[8]. Esta vía mas literal, menos semántica de relación al significante ¿no sería mejor alentarla, en lugar de la dimensión del delirio? He aquí un tipo de problema que puede animar el trabajo en común de un equipo y donde la orientación va a ser diferente según que el centro de gravedad del saber esté ubicado del lado del sujeto o del lado de los tratantes.

2- Entonces, la modificación de la relación al saber que se produce entre los practicantes va a tener una repercusión en otra dimensión de la práctica institucional, ya que depende estrechamente de la referencia clínica que la oriente. Aunque estas situaciones son raramente evocadas en los testimonios y en las presentaciones, no por eso dejan de tener incidencia en los efectos de pacificación y estabilización que se pueden producir para un sujeto, en un contexto de vida común y de cohabitación, que no está excento de tensiones y enfrentamientos.

Sea cual fuera la diversidad de las estructuras institucionales, siempre se presenta una misma dificultad, la de conciliar las exigencias de una solución particular, esa que cada sujeto construye para tratar el retorno invasivo de la pulsión en lo real, con las exigencias de la solución de cada uno de los otros. ¿Cómo intervenir?, ¿qué posición o qué decisión tomar ? Es toda la dimensión del poder que aquí está en juego.
A tal muchacha que no para de ir  a la cocina de la institución para arrasar con todo lo que pueda entrar en su boca, al punto de hacerse un ovillo y gritar delante de la puerta de la cocina cuando está cerrada, el colectivo de practicantes puede decidir, por ejemplo,  permitirle tener mermelada cada vez que lo pida, pero "poco a poco". Lo que le permitirá circular en la institución, ahora con un vaso vacío y algunas veces lleno, pero para interesarse entonces en otra cosa que en la comida.
                La cuestión es mas compleja y el debate será  tal vez mas vivo en cuanto a la posición a adoptar, cuando la bulimia tambien insaciable de tal muchacho lo empujará a vaciar de una sola vez las cajas de leche o los potes de ketchup puestos a disposición de los residentes, llegando a utilizar el dinero de las medialunas del domingo para comprarse sus propias golosinas. La maniobra posible acá es más estrecha, ya que no se trata sólo del goce que invade al sujeto, sino del goce que él puede presentificar para los otros sujetos. Lo mismo que las injurias, los gritos, la borrachera, como también las asiduas declaraciones de amor de algunos, pueden ser amenazantes o persecutorias para otros. En el momento mismo en que le hacemos lugar a la particularidad de un sufrimiento o de una construcción, tenemos también la preocupación de las condiciones institucionales que puedan asegurarle un tal lugar o al menos ser posible para los otros.
                La cohabitación entre varios  -que es la otra cara de una práctica institucional-  no se da sin que se planteen las preguntas acerca una regulación mínima (sin un recurso masivo a la farmacología y con los medios de contención física) que debe a la vez permitir una vida en común  y los efectos de pacificación y de estabilización para cada residente del lugar.
La cuestión de esta regulación muchas veces es confundida  ,de una manera reductora, con el "encuadre" de un reglamento que todo usuario de un servicio de medicina o de un lugar de alojamiento tendría que respetar, como si este encuadre no tuviera incidencias internas sobre la operación clínica o terapéutica que ahí se desarrolla. Con este se corre el riesgo de una repartición del trabajo entre los que se ocupan de este "encuadre" con una misión de guardia y disciplina  -y entonces se ubica a la práctica en una dimensión meramente educativa e insensible a la voz del sujeto- y los que se ocupan de la "escucha". Ahora bien la cuestión de esta regulación tiene una incidencia directa no sólo en la condición elemental de la operación clínica y terapéutica (a saber que el sujeto que  reside en la institución no se fugue de ese lugar aterrorizado por lo que sucede ahí), sino tambien tiene una incidencia en la posibilidad de que en la relación del sujeto al Otro, puede encontrarse con  un Otro  que este "regulado", separado del goce.
Por eso una preocupación de nuestra práctica colectiva es la de orientarnos sobre lo que las psicosis nos enseñan en cuanto a la posibilidad de pasarse del significante del Nombre del Padre para regular o localizar este goce. "Decir que no" al goce del Otro no implica suprimir toda regla  o toda prohibición, ni al contrario encarnar la ley o la función paterna. Implica más bien presentificar un Otro que esté regulado. Enunciar o recordar una regla que regule al Otro mismo, ya sea  que esté ubicado en el conjunto del equipo o en un miembro del equipo, o que se trate de inventar la "regla" que permita contemplar la excepción.

Por ejemplo, Dimitri nos sugiere él mismo la manera en que tenemos que tomar el problema, cuando responde a las acusaciones que hacen contra él otros residentes, de pasearse desnudo en el piso de las mujeres. El nos dice, "que son las enfermeras que quieren verlo desnudo". Entonces, durante la reunión comunitaria se le responde que había sido tomada una decisión: "Aquí, nadie tiene aquí el derecho de obligarte a pasear desnudo. Podés llevar puesto un calzoncillo que es más lindo". Esta respuesta se asemeja a la que dan nuestros colegas que trabajan con niños psicóticos y así pueden, en cierta ocasión dirigirse a otro e incluso retarlo si molesta al sujeto, o le impide que..., o lo obliga a hacer tal o cual cosa.
La maniobra es sin duda mas escabrosa o peligrosa cuando el Otro que amenaza al sujeto no es un tratante sino otro paciente u otros pacientes. La regulación de la vida común, que tiene aquí formas menos risibles que la del pasaje al acto, la desnudez, o la exhibición, como la de la agresión, el robo, la injuria, romper, sin olvidar el alcohol y la droga, no tiene sin embargo (incluso en esos casos) por objetivo apuntar a disciplinar al sujeto. Lo que hace es referirlo a un decir que dice que no al goce. Esto produce más efectos que una regla que expresa la voluntad del Otro.
De aquí podemos deducir un modo de enunciación ( o de recordatorio) de la prohibición que tome lo más posible las vías de eso que en el significante es del orden formal y literal -una cierta solemnidad del tono, el recurso al escrito, reenviar a una instancia colectiva, etc- más que la vía de orden intersubjetivo o semántico. No a la prueba de fuerza, al ultimátum o la intimación en segunda persona, ni tampoco el razonamiento o la persuasión, sino más bien el énfasis del procedimiento o la sobriedad de una formulación en términos de derecho, que se dirigen tanto al equipo tratante como al residente, por ejemplo: " Bajo ningún punto de vista  la vida en común puede autorizar un lenguaje injurioso, ni a los miembros del equipo, ni a los residentes".
Para que las respuestas se orienten en el sentido de presentificar otra dimensión del Otro que no sea la de su voluntad, es decir una dimensión del Ideal o del "orden del mundo", la política del equipo debe aquí cuidarse de un doble escollo: Uno, el de "la regla por la regla misma" en  donde su carácter de absoluto[9] corre el riesgo de re-introducir una forma de ferocidad del Otro que no deje ningún lugar a la particularidad de la defensa subjetiva . El otro, el de "la regla terapéutica", es decir la regla sin aplicación, la regla que sólo es mantenida en función del "estado de salud" del sujeto, ya esta regla corre el riesgo de equivaler a otra forma de  capricho del Otro que no deja de suscitar la inquietud: Por ejemplo el sujeto puede decirnos en una ocasión como esa, "¿Porqué no me dijeron nada?, ¿Porqué hacen una excepción con migo?.
Sobre este punto la indicación que podemos sacar del señalamiento que Lacan formulaba en la época de su tesis sigue siendo válida[10]. Transpuesto a nuestro contexto y en nuestros términos del Lacan ulterior, esto quiere decir que el tratamiento del goce, el tratamiento del goce superyoico, lejos de ser incompatible con la responsabilidad del sujeto, constituye al contrario, la otra cara[11]. Decir que no al goce que atraviesa al sujeto, puede consistir en detener el gesto del individuo. Lo esencial acá, tambien es que el colectivo de los practicantes no se encuentre dividido entre los partidarios de lo "particular" y los partidarios de lo "universal", entre los partidarios del sujeto y los partidarios de la institución, sino que sea el lugar de una orientación de trabajo que ponga en tensión las exigencias, a primera vista antinómicas, a partir del real clínico.

                                                               
Tal vez ustedes encuentren en estas indicaciones una teoría de la institución o una teoría del equipo tratante de la psicosis, más que una teoría del tratamiento de las psicosis. Mi objetivo no era tomar la cuestión del tratamiento de las psicosis como tal, sino el de la recepción de una diversidad de sujetos psicóticos o no, en un marco institucional.
Solamente orientar la practica de la institución (según el principio de una comunidad de trabajo fundada en la clínica), por el vaciamiento que ella comporta a nivel del saber y del querer, parece tambien realizar una conducción propicia al acompañamiento de los sujetos que recibe, y esto no deja de tener efecto tambien en el tratamiento de las psicosis.
Inscribirse en esta práctica entre varios puede ser, para un analista, una ocasión más eficaz de transmisión de la operación freudiana en la clínica y un momento más favorable a su propia formación, que si se pasara todo el tiempo reivindicando un lugar para su "especialidad".  



[1] Orientation analytique dans l'institution psiquiatrique, Re-escritura de una conferencia dada en el Instituto Raul Suarez, Belo Horizonte, octubre 1998. Texto cedido amablamente por Alfredo Zenoni, traducción libre de Marcela Errecondo, autorizada pero no revisada por el autor.
[2] Eric Laurent, El analista ciudadano, en Psicoanálisis y Salud Mental. Ed. Tres Haches.
[3] J. Lacan, Televisión, 1975, pg 50.
[4] Según una formulación de J.-A. Miller, en una carta a D. Beregovoy, Nuncius, boletín de la EEP.
[5] J. Lacan, Conferencias y entrevistas, Scilicet, n° 6/7, Seuil, París, 1976, pg. 32-33
[6] J. Lacan, El Seminario, La ética. Libro VII, Paidós , 1986, pgx 226
[7] Situación evocada durante un seminario de Danielle De Vroede por Jean-Claude Ducos, en la institución la  "Demi-lune" de Bordeaux.
[8] Ver en Mental N°2 , 1996, Editorial de E. Laurent, pg. 7.
[9] J. Lacan, " En el estado actual de las leyes, la represión penitenciaria aplicada con el beneficio de la atenuación máxima  nos parece tener un valor terapéutico igual a la profilaxis asilar, asegurando al mismo tiempo, de la mejor manera, los derechos del individuo y las responsabilidades de la sociedad"
[10] J. Lacan, De la psychose paranoiaque dans ses rapports avec la personalités. París. Seuil, 1975, pg. 276.
[11] A. Zenoni, Volonté de jouissance et responsabilité du sujet. Quarto 73