ORIENTACION
ANALITICA EN LA
INSTITUCION PSIQUIATRICA
Alfredo Zenoni
Les agradezco el haberme invitado hasta aquí
para
trabajar con ustedes una problemática clínica y práctica que ahora se ha
convertido, desde hace algunos años, menos marginal en el Campo Freudiano, de
lo que lo era hace diez o veinte años. Sin duda, en el entre tiempo, una cierta
idea del analista solitario, borrado, especialista de la des-identificación,
que no tiene ningún ideal y que no cree en nada ha dejado el lugar a otra idea
que es
la que Eric
Laurent evocaba durante una conferencia, la del analista
ciudadano
Los analistas han comenzado a
captar, o deberían comenzar a captar, que su deber no es solamente escuchar,
encerrados en su reserva, sino saber transmitir en lo que concierne a la
condición humana, eso que de la particularidad de un sujeto, del caso por caso,
puede ser útil para un mayor número, para parafrasear lo que dice Lacan a propósito
de la salida del discurso capitalista, "que no constituirá un progreso, si
es sólo para algunos"
.
Hubo un tiempo en donde se
pensaba que el analista se tenía que manifestar principalmente en el campo de la cultura. Nosotros
creemos que tenemos que intervenir también en puntos mas precisos de nuestra
sociedad y en particular en las redes de ayuda, en las prácticas
institucionales y sociales, en la política de la salud mental, a fin que el
respeto de los "derechos del hombre" no sea cortado de la dimensión
del sujeto de la clínica, en un momento en que el discurso de la ciencia está
en tren de fagocitarse toda la práctica psiquiátrica.
La antinomia psicoanálisis / institución
Lo que ha podido alejar a los practicantes del
análisis, de su intervención en el campo de la salud mental ha sido, entre
otros, una formulación del problema en términos de relaciones de antinomia (o
de compromiso) entre dos prácticas, la práctica del análisis y la práctica
institucional.
Se ha podido oponer, casi
término a término, los objetivos de la institución de salud mental y los de la
cura analítica, para remarcar lo inconciliable y concluir enseguida en la
necesidad para el analista de una posición extra o anti-institucional
(eventualmente y paradojalmente en el interior de la institución misma).
Recordemos algunos de lo términos de esta oposición. La institución apunta a
reducir la pregnanacia del síntoma, mientras que el análisis apunta a hacer
emerger los significantes inconscientes y su ligazón pulsional. La institución
quiere el bien y la salud del individuo, lo protege y lo ayuda, mientras que el
análisis no apunta a ningún bien, sino solamente a la emergencia del deseo, que
no excluye ni el malestar ni la
angustia. La institución responde a la demanda, mientras que el
analista por su escucha radical apunta a la raíz misma de la demanda. La
institución en fin trata de reconstruir la unidad del sujeto, mientras que el
análisis apunta a su división.
La conclusión práctica que se
deduce de esta confrontación puede llevar así a ciertos analistas a oscilar
entre una actitud de rechazo o de crítica de la institución en tanto que lugar
inapropiado al tratamiento psicoanalítico y una actitud de intervención, pero a
condición de no ser parte del dispositivo institucional. Plantear el problema
en estos términos comporta un doble inconveniente: ya sea dejar al mentado
analista en su exterioridad absoluta, o incluirlo en la institución de un modo
problemático, porque al querer diferenciarse de todo criterio de funcionamiento
institucional, termina por suscitar una aversión hacia el psicoanálisis que
lleva a su eyección. En los dos casos el psicoanálisis termina por no tener más
ninguna incidencia ni en la clínica, ni en la práctica institucional.
Si la cuestión de la relación
entre el psicoanálisis y las instituciones se agota en la controversia
alrededor de la posibilidad de practicar la cura analítica en instituciones,
creemos que esto tiene que ver con el hecho de haber identificado rápidamente
el discurso y la ética del psicoanálisis a su aplicación a la terapéutica
individual, en particular del neurótico - como es sensible en la enumeración de
las oposiciones mencionadas más arriba. Ahora bien esta identificación
desconoce que las instituciones y las redes de ayuda no sólo reciben otras
categorías sociales que las que habitualmente
se dirigen al psicoanalista -como Freud decía en Las nuevas vías de la terapia analítica, en 1918- pero son sobre
todo destinadas a recibir, alojar y ayudar, en prioridad, otras posiciones
subjetivas que la neurosis y responder a una clínica que está más bien
constituida por el pasaje al acto, el acting
out, el fenómeno psicosomático, la epilepsia, por ejemplo. Por otro lado,
esta identificación corre el riesgo de
ignorar lo que la consideración del "malestar en la cultura" ha
podido tener como incidencia en la teoría de las pulsiones y en la práctica del
análisis en Freud mismo.
El impasse de esta formulación
se debe a la transposición pura y simple del trayecto de un analizante al
esquema de la institución, lo que de un golpe reduce la definición de la
orientación analítica de una institución al hecho de incluir en su seno un
consultorio de analista.
sujeto______________
consultorio
(en la vida social) del analista
Ahora bien, lo que esta
transposición desconoce, es
la razón
misma de la existencia de
la institución. Criticar
las instituciones de atención y asistencia porque su marco sería desfavorable
al discurso analítico, o no tolerar trabajar ahí más que a condición que sirvan de marco al
consultorio analítico, simplemente es no tener en cuenta la clínica que ahí se
recibe. Ya que, antes mismo de apuntar a "tratar" al sujeto, la
institución existe para recibirlos, ponerlos al abrigo o la distancia, ayudarlo
o asistirlo: antes de tener un objetivo terapéutico es una necesidad social. Es
la necesidad de una respuesta a los fenómenos clínicos, tales como ciertos
estados de la psicosis, ciertos pasajes al acto, ciertos estados de deterioro
psíquico que pueden llevar al sujeto hacia la exclusión social absoluta o hacia
la muerte, que motiva la creación de una institución. Es un "deber de
humanidad"
.
No se trata entonces de comparar
la institución de atención a la consulta psicoanalítica -para decir que la
primera no puede llenar la función de la segunda o que sólo es compatible si se
convierte en la sala de espera de un consultorio de psicoanalista. Se trata de
reconocer la diferencia entre dos
aplicaciones posibles del psicoanálisis.
La clínica puede permitir o
motivar la entrada en la cura psicoanalítica, es una condición necesaria, pero
no suficiente
. Algunas veces la clínica
exige tambien la respuesta de una práctica social e institucional. No sólo por
los fenómenos de delirio, sino que una respuesta tal es exigida por lo que, del
goce retorne
en el cuerpo y en el actuar:
pasaje al acto suicida o peligroso, automutilación, agresión, y tambien:
errancia, inmovilidad catatónica, estupor melancólico, pérdida de todo interés,
ausencia de todo proyecto, uso desbastador de las drogas o el alcohol. Ahora
bien, no es por el hecho de que una respuesta tal se inscriba en el discurso
del amo que por eso no pueda ser orientada o esclarecida por el psicoanálisis,
ni porque está orientada por el psicoanálisis que deba tener la presencia de la
sesión analítica. Porque ésta exige condiciones precisas, como lo recordaba
recientemente Antonio Di Ciaccia, que son deducibles del matema del discurso
del analista.
Cuando nosotros ubicamos en la
base de la existencia de la institución su motivación clínica, podemos entonces
proponer una tercera vía, otra manera de plantear el problema que el del eterno
debate sobre la compatibilidad del psicoanálisis y de la institución. Ya que la psicoterapia no existe y
cuando las condiciones de la sesión analítica no se dan, podemos elegir una
aplicación del discurso analítico a la práctica institucional como tal -que es
una práctica colectiva "entre varios" - sin por eso excluir que se
pueda aplicar en otra parte, por ejemplo en la entrevista individual. Nuestra
opción no es tanto la de la integración del psicoanálisis a un conjunto,
"interdisciplinario" de prácticas, sino la de una práctica
fundamentalmente una, incluso si está ejercida entre varios, orientada por el
psicoanálisis.
Psicoanálisis aplicado
. .
. .
.
.
Institución
consulta
Entonces, la cuestión no es
saber si, y en qué medida, la terapia analítica puede ser practicada en medio
de otras prácticas, sino si, y en qué medida el psicoanálisis puede ser
aplicado a una práctica institucional: cuestión que concierne menos la
intervención de una persona "con el título de psicoanalista", que la
política del psicoanálisis, "el deber que le corresponde en nuestro
mundo".
Clínica e institución
En primer lugar, es a causa de un insoportable clínico que la práctica colectiva de la
institución se instala y no en vistas
de un objetivo terapéutico. Una práctica de alojamiento, de atención, de
asistencia - y en la ocasión de internación- es necesaria cuando las
modalidades desbastadoras del
"retorno en lo real" de la pulsión amenazan la sobrevivencia o
simplemente la vida social de la persona que sufre. Falta de lo que, ella misma
o su entorno corren el riesgo de estar expuestos a consecuencias dramáticas. Una joven mujer,
que vimos en una presentación de enfermos, y cuya posición subjetiva se
traducía por la certeza de una fealdad y una monstruosidad tales que no se
podía soportar sin la presencia de alguien que la ame a su lado, nos decía por
ejemplo: "Fuera de acá, voy a decir que sí
a cualquiera y a cualquier cosa", y eso era lo que había pasado
justamente antes de su hospitalización, lo que la lleva a afirmar: "Es por
lo que yo quiero quedarme en el hospital".
Recordar la motivación clínica
de la existencia de la institución tiene la ventaja de evitar desconocer su
función social irremplazable y entonces evitar su supresión -como ha sido el
caso en Italia por ejemplo- . La institución no debe ser mantenida porque cura
ni tampoco debe ser suprimida porque no cura.
Ya que en el primer caso, hay un gran riesgo en considerar como natural
el hecho de quedarse en el hospital "por
duración indeterminada" y en el segundo, hay un gran riesgo de
dejar a los pacientes librados a sus dificultades, ya sea en un retorno a la familia o a su lugar natural. Estas
dificultades los exponen a la errancia y a nuevos pasajes al acto.
Mantener esta función "social" es justamente lo que permite marcar un
límite a una voluntad terapéutica, que sin este límite, corre el riesgo de
transformar la institución en un lugar de alienación y de experimentación a
ultranza. Tal vez no se ha suficientemente percibido que es a causa de esta
confusión entre su función "hotelera", de "hospitalización"
(en el sentido etimológico del término) y sus objetivos terapéuticos que la
institución ha podido ser el objeto de críticas y de medidas de abolición.
Por otra parte hacer valer la
necesidad social de una práctica institucional en respuesta a ciertas
consecuencias de la "forclusión de la pulsión" tiene la ventaja de
desplazar el acento al seno del equipo tratante, de desplazar la jerarquía de
competencias supuestas por los diplomas a lo real de una cuestión clínica
compartida.
Cuando el estado clínico de la
psicosis puede permitir la transferencia sobre un analista no es necesario, ni
siquiera aconsejable, que el sujeto esté instalado en una institución o
insertado en una red de ayuda. El tratamiento de la psicosis no exige
automáticamente una respuesta colectiva, como lo prueban los testimonios cada
vez mas numerosos de curas de sujetos psicóticos en lo de los analistas.
Incluso el sujeto se las arregla para crear alrededor de él una red de
intervinientes (analista, psiquiatra, médico, trabajador social, etc.) que
equivale a una institución invisible.
Pero cuando esta posibilidad no
es practicable, la clínica exige una respuesta que no puede ser ni la de un
único practicante, ni la de un solo momento del día. Muchas veces la agitación,
la injuria, la crisis "epileptiforme", la pelea, la interpretación
persecutoria de un gesto, no pueden
esperar la entrevista del día siguiente. Entonces es necesaria una cierta
forma de dirigirse al sujeto, una cierta
forma de intervenir o de no intervenir, un cálculo en suma, de la posición que
conviene ocupar y que pueden ser requeridos de todo practicante, como tambien
en los momentos del día que no coinciden con la práctica o con el momento de la consulta. Brevemente,
la clínica exige algunas veces una
respuesta de tipo "hospital". Toda la cuestión es entonces saber si
el psicoanálisis puede esclarecer, guiar, orientar la práctica hospitalaria
como tal, si el psicoanálisis puede permitir ejercer una acción médica y una
acción de ayuda y de asistencia, de alojamiento, que estén en condiciones de
hacer lugar a la clínica del sujeto, tomando como referencia las diferentes
modalidades del retorno en lo real de la pulsión, en el contexto de una vida
institucional. Entonces ya no se trata de saber si y cómo el psicoanálisis
puede tener "un lugar entre las otras prácticas médico-sociales", sino si estas otras
prácticas pueden ser ejercidas - en su motivación clínica y en su función
social- teniendo en cuenta las hipótesis del psicoanálisis. Se trata de saber
si los discursos que atraviesan una institución inscripta en el campo
médico-social pueden ser orientados
por las cuestiones del psicoanálisis, por ejemplo las cuestiones que la
psicosis plantea al psicoanálisis, y no saber si la práctica de un
psicoanálisis puede llegar a inscribirse entre estas prácticas.
Cada practicante puede tener su
propio estilo, su modo de estar presente, "distraídamente" o
atentamente, su humor o su seriedad , cada practicante puede tener sus
responsabilidades específicas, pero cada uno debe contribuir a presentificar
una figura del Otro que permita al sujeto tener ahí un lugar sin la ruptura del pasaje al acto. Aparece
enseguida que presentificar una figura pacificante del Otro, promover una
cierta "atmósfera" de vida en común, que haga la estadía más viable
para todos, no es el deber de un solo practicante, sino que sólo puede proceder
de una orientación de trabajo compartida por todos los practicantes, más allá
de las competencias de cada uno. Es la naturaleza de la clínica que exige aquí
una respuesta "entre varios", que exige la formación de un equipo.
Así, la referencia tomada en lo
real que motiva la existencia de la institución, transforma la cuestión de la
relación "psicoanálisis e institución" (que está finalmente motivada
por la preocupación identificatoria del practicante) en dos tipos de preguntas
más concretas: por un lado, la de una aplicación posible del psicoanálisis a
otra práctica, y por el otro la de la relación entre psicosis y psicoanálisis.
Comunidad de trabajo y tratamiento de las
psicosis
El interés renovado por la
clínica en el campo institucional no está desconectado de una modificación
interna en la enseñanza de Lacan de la teoría misma de la clínica.
En un primer tiempo de esta
enseñanza se puede llegar a concebir la psicosis en términos de déficit de la
neurosis y entonces aplicar a la psicosis el psicoanálisis elaborado a partir
de la clínica de las neurosis, con todas las objeciones o reservas que esto
puede suscitar desde Freud. Pero un momento posterior de esta enseñanza nos
sitúa en el hilo de un abordaje un poco invertido. Acá se trata más bien de aplicar la psicosis al psicoanálisis y
de imponerle las inversiones conceptuales, las modificaciones teóricas y las
consecuencias clínicas. La orientación de nuestra presencia en la institución
se encuentra de esta forma modificada. Podremos pasar de un abordaje
terapéutico, tal vez muy influenciado por aplicación de los conceptos
pertinentes a la cura de la neurosis y en donde se importan en el dispositivo
institucional la práctica del psicoanálisis -ya
sea de manera individual o para aplicar esas categorías sobre el
dispositivo institucional mismo - a otro abordaje. Este abordaje es más
"didáctico" para todos. Ya que es la psicosis que nos enseña sobre la
estructura y nos enseña en cuanto a la solución y a la variedad de soluciones
que es posible inventar, al problema de la inconsistencia de esta estructura
misma.
Se deduce de esto que el campo de nuestra posición en la práctica
institucional está balizada por dos vectores: por un lado lo que mantiene
irreductiblemente intratable lo real de la clínica, es una confrontación con lo
imposible que jaquea lo que Lacan llama en su
Seminario La ética, la"pastoral psicoanalítica"
. Por
el otro, la lección que nosostros podemos extraer de la lógica de las
"soluciones", o las invenciones de la psicosis.
Esta posición de alumnos de la
clínica, dada por la psicosis y su nuevo lugar en la enseñanza de Lacan, trae
aparejado una doble modificación: en el plano del saber y en el plano del
poder.
1- Frente a lo que
hay que interrogar, aprender, o reformular, de los saberes constituidos, los
títulos y los diplomas -que son supuestos fundar la especialidad terapéutica de
cada uno- éstos resultan relativizados. Se trata menos de un saber que ya está
de antemano, que un saber que hay que elaborar. Ahora bien, una posición de
investigación, de estudio, de cuestionamiento tiene la inmensa ventaja de
contribuir a disipar los efectos imaginarios que comporta toda jerarquización
de las formaciones diplomadas en beneficio de la creación de una comunidad de
trabajo entre practicantes operando en un mismo campo. Estar entre
practicantes, en una posición no jerarquizada a priori en cuanto al saber, se
repercute en poder compartir la misma responsabilidad: la responsabilidad de
inventar la respuesta el tipo de acompañamiento para asegurar un "trabajo
de la psicosis" que generalmente corre el riesgo de encontrar el límite
del pasaje al acto o de la transferencia erótico-agresiva. La libido del equipo se inviste entonces en
una apuesta en común, en la discusión de las hipótesis en lo que ha tenido
efecto y en deducir una estrategia de eso.
Este vaciamiento del saber previo,
redobla así la dispersión natural del "sujeto supuesto saber" que
comporta el hecho de una presencia entre varios y nos ubica en una mejor
posición que la del "sujeto supuesto saber" para encontrarse con el
psicótico que tiene la certeza de saber lo que le pasa, o lo que es la
significación de lo que sucede en el lugar del Otro. No olvidemos que si la
significación del "sujeto supuesto
saber" puede tener una virtud pacificante para el sujeto neurótico, no
sucede lo mismo en la psicosis, en donde el saber se conecta con existencia
misma del sujeto. Entonces, el saber no es más "supuesto" sino que se
encuentra realizado, por el sujeto, como su referencia de goce.
Un hombre joven tiene una verdadera
pasión por los Pink Floyd, que
aparentemente le viene de su padre. Graba los discos, imita los gestos del
baterista, etc. pero tambien desarrolla alrededor de esto toda una
interpretación delirante y una agitación invasiva. ¿Hay que alentarlo en esta
vía? Por ejemplo, aumentando las ocasiones en las que pueda escuchar esta
música, participar en los conciertos, etc. ¿Hay que acompañarlo en otra vía? Ya
que cuando se le plantea la pregunata: "¿Hará música más tarde?, por
ejemplo profesionalmente, responde: "Hace falta que haga mi asunto del colectivo".
Nos enteramos que conoce toda la cartografía de la región, las distancias en
kilómetros, las rutas, etc. El es quien organiza los itinerarios de las
excursiones
. Esta vía mas literal,
menos semántica de relación al significante ¿no sería mejor alentarla, en lugar
de la dimensión del delirio? He aquí un tipo de problema que puede animar el
trabajo en común de un equipo y donde la orientación va a ser diferente según
que el centro de gravedad del saber esté ubicado del lado del sujeto o del lado
de los tratantes.
2- Entonces, la modificación de la relación al saber que se produce
entre los practicantes va a tener una repercusión en otra dimensión de la
práctica institucional, ya que depende estrechamente de la referencia clínica
que la oriente. Aunque
estas situaciones son raramente evocadas en los testimonios y en las
presentaciones, no por eso dejan de tener incidencia en los efectos de
pacificación y estabilización que se pueden producir para un sujeto, en un
contexto de vida común y de
cohabitación, que no está excento de tensiones y enfrentamientos.
Sea cual fuera la diversidad de las estructuras institucionales, siempre
se presenta una misma dificultad, la de conciliar las exigencias de una
solución particular, esa que cada sujeto construye para tratar el retorno
invasivo de la pulsión en lo real, con las exigencias de la solución de cada
uno de los otros. ¿Cómo intervenir?, ¿qué posición o qué decisión tomar ? Es
toda la dimensión del poder que aquí está en juego.
A tal muchacha que no para de ir
a la cocina de la institución para arrasar con todo lo que pueda entrar
en su boca, al punto de hacerse un ovillo y gritar delante de la puerta de la
cocina cuando está cerrada, el colectivo de practicantes puede decidir, por
ejemplo, permitirle tener mermelada cada
vez que lo pida, pero "poco a poco". Lo que le permitirá circular en
la institución, ahora con un vaso vacío y algunas veces lleno, pero para
interesarse entonces en otra cosa que en la comida.
La cuestión es mas
compleja y el debate será tal vez mas
vivo en cuanto a la posición a adoptar, cuando la bulimia tambien insaciable de
tal muchacho lo empujará a vaciar de una sola vez las cajas de leche o los
potes de ketchup puestos a disposición de los residentes, llegando a utilizar
el dinero de las medialunas del domingo para comprarse sus propias golosinas.
La maniobra posible acá es más estrecha, ya que no se trata sólo del goce que
invade al sujeto, sino del goce que él puede presentificar para los otros
sujetos. Lo mismo que las injurias, los gritos, la borrachera, como también las
asiduas declaraciones de amor de algunos, pueden ser amenazantes o
persecutorias para otros. En el momento mismo en que le hacemos lugar a la
particularidad de un sufrimiento o de una construcción, tenemos también la preocupación
de las condiciones institucionales que puedan asegurarle un tal lugar o al
menos ser posible para los otros.
La cohabitación entre varios -que es la otra cara de una práctica
institucional- no se da sin que se
planteen las preguntas acerca una regulación mínima (sin un recurso masivo a la
farmacología y con los medios de contención física) que debe a la vez permitir
una vida en común y los efectos de
pacificación y de estabilización para cada residente del lugar.
La cuestión de esta regulación muchas veces es confundida ,de una manera reductora, con el
"encuadre" de un reglamento que todo usuario de un servicio de
medicina o de un lugar de alojamiento tendría que respetar, como si este
encuadre no tuviera incidencias internas sobre la operación clínica o
terapéutica que ahí se desarrolla. Con este se corre el riesgo de una
repartición del trabajo entre los que se ocupan de este "encuadre"
con una misión de guardia y disciplina
-y entonces se ubica a la práctica en una dimensión meramente educativa
e insensible a la voz del sujeto- y los que se ocupan de la
"escucha". Ahora bien la cuestión de esta regulación tiene una
incidencia directa no sólo en la condición elemental de la operación clínica y
terapéutica (a saber que el sujeto que
reside en la institución no se fugue de ese lugar aterrorizado por lo
que sucede ahí), sino tambien tiene una incidencia en la posibilidad de que en
la relación del sujeto al Otro, puede encontrarse con un Otro
que este "regulado", separado del goce.
Por eso una preocupación de nuestra práctica colectiva es la de
orientarnos sobre lo que las psicosis nos enseñan en cuanto a la posibilidad de
pasarse del significante del Nombre del Padre para regular o localizar este
goce. "Decir que no" al goce del Otro no implica suprimir toda
regla o toda prohibición, ni al
contrario encarnar la ley o la función paterna. Implica más bien presentificar
un Otro que esté regulado. Enunciar o recordar una regla que regule al Otro
mismo, ya sea que esté ubicado en el
conjunto del equipo o en un miembro del equipo, o que se trate de inventar la
"regla" que permita contemplar la excepción.
Por ejemplo, Dimitri nos sugiere él mismo la manera en que tenemos que
tomar el problema, cuando responde a las acusaciones que hacen contra él otros
residentes, de pasearse desnudo en el piso de las mujeres. El nos dice,
"que son las enfermeras que quieren verlo desnudo". Entonces, durante
la reunión comunitaria se le responde que había sido tomada una decisión:
"Aquí, nadie tiene aquí el derecho de obligarte a pasear desnudo. Podés
llevar puesto un calzoncillo que es más lindo". Esta respuesta se asemeja
a la que dan nuestros colegas que trabajan con niños psicóticos y así pueden,
en cierta ocasión dirigirse a otro e incluso retarlo si molesta al sujeto, o le
impide que..., o lo obliga a hacer tal o cual cosa.
La maniobra es sin duda mas escabrosa o peligrosa cuando el Otro que
amenaza al sujeto no es un tratante sino otro paciente u otros pacientes. La
regulación de la vida común, que tiene aquí formas menos risibles que la del
pasaje al acto, la desnudez, o la exhibición, como la de la agresión, el robo,
la injuria, romper, sin olvidar el alcohol y la droga, no tiene sin embargo
(incluso en esos casos) por objetivo apuntar a disciplinar al sujeto. Lo que
hace es referirlo a un decir que dice que
no al goce. Esto produce más efectos que una regla que expresa la voluntad
del Otro.
De aquí podemos
deducir un modo de enunciación ( o de recordatorio) de la prohibición que tome
lo más posible las vías de eso que en el significante es del orden formal y
literal -una cierta solemnidad del tono, el recurso al escrito, reenviar a una
instancia colectiva, etc- más que la vía de orden intersubjetivo o semántico.
No a la prueba de fuerza, al ultimátum o la intimación en segunda persona, ni
tampoco el razonamiento o la persuasión, sino más bien el énfasis del
procedimiento o la sobriedad de una formulación en términos de derecho, que se
dirigen tanto al equipo tratante como al residente, por ejemplo: " Bajo
ningún punto de vista la vida en común
puede autorizar un lenguaje injurioso, ni a los miembros del equipo, ni a los
residentes".
Para que las respuestas se orienten en el sentido de presentificar otra
dimensión del Otro que no sea la de su voluntad, es decir una dimensión del
Ideal o del "orden del mundo", la política del equipo debe aquí
cuidarse de un doble escollo: Uno, el de "la regla por la regla
misma" en donde su carácter de
absoluto
corre
el riesgo de re-introducir una forma de ferocidad del Otro que no deje ningún
lugar a la particularidad de la defensa subjetiva . El otro, el de "la
regla terapéutica", es decir la regla sin aplicación, la regla que sólo es
mantenida en función del "estado de salud" del sujeto, ya esta regla
corre el riesgo de equivaler a otra forma de
capricho del Otro que no deja de suscitar la inquietud: Por ejemplo el
sujeto puede decirnos en una ocasión como esa, "¿Porqué no me dijeron
nada?, ¿Porqué hacen una excepción con migo?.
Sobre este punto la indicación que podemos sacar del señalamiento que
Lacan formulaba en la época de su tesis sigue siendo válida
.
Transpuesto a nuestro contexto y en nuestros términos del Lacan ulterior, esto
quiere decir que el tratamiento del goce, el tratamiento del goce superyoico,
lejos de ser incompatible con la responsabilidad del sujeto, constituye al
contrario, la otra cara
.
Decir que no al goce que atraviesa al
sujeto, puede consistir en detener el gesto del individuo. Lo esencial acá,
tambien es que el colectivo de los practicantes no se encuentre dividido entre
los partidarios de lo "particular" y los partidarios de lo
"universal", entre los partidarios del sujeto y los partidarios de la
institución, sino que sea el lugar de una orientación de trabajo que ponga en
tensión las exigencias, a primera vista antinómicas, a partir del real clínico.
Tal vez ustedes encuentren en estas indicaciones una teoría de la
institución o una teoría del equipo tratante de la psicosis, más que una teoría
del tratamiento de las psicosis. Mi objetivo no era tomar la cuestión del
tratamiento de las psicosis como tal, sino el de la recepción de una diversidad
de sujetos psicóticos o no, en un marco institucional.
Solamente orientar la practica de la institución (según el principio de
una comunidad de trabajo fundada en la clínica), por el vaciamiento que ella
comporta a nivel del saber y del querer, parece tambien realizar una conducción
propicia al acompañamiento de los sujetos que recibe, y esto no deja de tener
efecto tambien en el tratamiento de las psicosis.
Inscribirse en esta práctica entre
varios puede ser, para un analista, una ocasión más eficaz de transmisión
de la operación freudiana en la clínica y un momento más favorable a su propia
formación, que si se pasara todo el tiempo reivindicando un lugar para su
"especialidad".