Reflexiones sobre dispositivos para las adicciones [1]
Hace un tiempo tuve la ocasión de presenciar
el trabajo de un grupo llamado terapéutico en una institución que recibe
personas con adicciones. La situación me permitió hacer algunas reflexiones
sobre el ‘trabajo en grupo’. No voy a dar cuenta del dispositivo sino de lo que
me ha permitido pensar esta experiencia.
Me pregunté:
¿Que es un toxicómano?
¿Por qué es necesario el trabajo en grupo en
vez del trabajo llamado individual?
¿Cómo podemos orientarnos?
A la primera pregunta respondí: un toxicómano
es un consumidor. Da lo mismo que sea hombre o mujer. Entonces comprendí lo que
decía Jacques Alain Miller cuando nos decía que al toxicómano hay que
deducirlo, recordando a Lacan que nunca habló del toxicómano pero si de la intoxicación. Decir
esto es decir que no contamos con el sujeto
ya que la droga sutura y tapona la manifestaciones del sujeto dividido,
evita el encuentro con la castración. La intoxicación aparece como una
respuesta sintomática que intenta anular la división que es la marca de la
posición subjetiva, el individuo evita hablar, no quiere saber nada del
inconsciente.
Entonces a partir de una práctica: la
intoxicación, se crea un personaje definido por esa práctica, se crea un “yo
soy”.
Es un “yo soy” que está por fuera de la lógica
fálica.
Este “yo soy” toca entonces también a la cuestión del nombre, implica una manera
de nombrar.
A partir de aquí podemos entonces ubicar
cuestiones primarias:
-Le cuesta tomar la palabra porque la palabra
develaría lo que quiere evitar: su posición subjetiva determinada por su
relación a la castración.
-Las instituciones y grupos para toxicómanos
lo confirman en su nombre, a partir de un fenómeno identificatorio fuerte que
le daría consistencia y le aseguraría no encontrarse con su vacío.
Esto va
justamente al encuentro de los “requisitos” de la experiencia analítica.
Tomate
un peso!
Un joven de 20 años, chistoso, divertido, que
habla todo el tiempo, más bien maníaco, integra el grupo que se reúne tres
veces por semana una hora.
Esa tarde llega y dice “Soy padre”. Los
integrantes del grupo se sorprenden ya que nada les había indicado esta
novedad, no saben si es un chiste o es en serio.
Relata que viene de ver al bebe, que esto le
cambia todo, lo da vuelta, ahora tiene que ser distinto, por el hijo se
rescata.
Se trata del producto de una relación
ocasional. En una ocasión había salido con la prima de un amigo y hace unos
meses le dice que está embarazada de él.
Cuando le dice esto ya lleva 7 meses de embarazo.
Para la familia “está todo bien”, cada uno
continuará en su casa, con su vida.
Él puede verse en esta nueva forma: es padre, se
imagina con un chico mucho más grande que este bebe y piensa que lo va a llevar
a jugar al fútbol y cuando sea grande van a salir los dos juntos de caravana.
‘Yo no tengo ningún compromiso con la madre.’
Nos comenta con sorpresa y con risa que el nombre que la madre y su familia eligieron
ponerle es Tomas.
Relata entonces que él comenzó a drogarse
cuando alguien se acercó y le dijo: “¿Tomás?” Y él no pudo decir que no, así
comenzó.
Después cuando estaba en abstinencia pasaba
por la verdulería y veía “tomate 1 $”
y se le imponía el sentido de consumir por un peso.
Ahora piensa hacerse el ADN para verificar que
es su hijo, aunque no tiene muchas dudas por el parecido que le encuentra.
Recuerda entonces que sus primeras relaciones
sexuales fueron producto que su padre le dio el diario y le dijo que eligiera
algo del rubro 59, luego lo llevó, lo esperó afuera y volvieron, de esta misma
forma se repitieron los encuentros con prostitutas.
Imperativo
imparable
Este joven conmovido por la situación toma la
palabra. En sus dichos podemos ubicar lo que nos enseña la época: hay un imperativo
del super yo que dice ¡gozá! y el sujeto sólo puede obedecer: al imperativo del
padre para que se desvirgue, al amigo que le ofrece droga, a la amiga que le
trae un bebe: Tomá!
Aprendemos también que una identificación
rescata: no es más ‘toxicómano’, ahora ‘es padre’, pero el imperativo de goce
sigue en el horizonte: lo que se comparte con ese hijo es ‘salir de caravana’.
La
enseñanza de la toxicomanía
Las adicciones nos enseñan acerca de las
características de los síntomas contemporáneos.
El goce toxicómano es paradigmático de la
modalidad autista del goce.
En la clínica encontramos mas el pasaje al
acto que el retorno de lo reprimido, es decir un predominio del hacer respecto
de la simbolización. Esto tiene una
consecuencia: no funciona la tríada síntoma, demanda, transferencia del tiempo
preliminar del análisis.
No hay síntoma
en tanto no haya una división subjetiva que implique una pregunta del
sujeto sobre algo que no anda. Por lo tanto el síntoma no se puede articular a
la demanda. Los nuevos síntomas no dan cuenta de la división del sujeto, pero
se configuran como un tratamiento de la división subjetiva, cubren la hiancia
de la castración. La droga permite lidiar con la castración, con el Otro sexo,
con el malestar, es utilizada para no
pensar y para separase de la angustia
En estos casos el sujeto se ubica del lado del
S1 y de la identificación.
Sin duda esto obstaculiza el tiempo de la
rectificación subjetiva.
No hay una demanda, esta está magnetizada por
el objeto de goce.
La transferencia entonces no se dirige al
saber sino que se configura como fijada al objeto de goce, a la insignia. De
esto surge una parálisis de la transferencia simbólica y nos deja ante el estatuto de la palabra
vacía e impotente.
¿Cómo
orientarnos?
La demanda es correlativa del Otro barrado.
Lo que llamamos actualmente ‘el Otro que no
existe’, no es un Otro barrado, sino que se trata de una pluralización tal de
los semblantes del Otro que nada es seguro. Lo que aparece como seguro es la experiencia
del cuerpo, impulsos, afectos, voluntad de poder, voluntad de gozar: al lugar
del Otro que es incierto, viene un objeto de goce cierto. Es el goce lo que se
convierte en garantía y es en este sentido que el hombre moderno esta dispuesto
a todo para gozar.
A esto responde el síntoma en una dimensión
social: la angustia
Se trata entonces de rectificar al Otro antes
que rectificar al sujeto. Como decía Mauricio Tarrab, hay que hacer entrar eso
que se rechaza, hacerlo entrar en el saber, ¿cómo? Reconstruyendo el Otro.
Encarnar un Otro diferente que dice sí al sujeto y no al goce , un Otro que no excluye,
no rechaza, no calla, no obtura, no sofoca, no atormenta y permite una nueva implicación del sujeto, un
nuevo lazo transferencial al Otro.
Si el Otro desfallece, la institución o el
grupo pueden ser la ocasión de otro Otro.
En ese espacio se puede ubicar sus rasgos
singulares para ir despejando el espacio del sujeto y abrir un espacio que permita alojar una
demanda.
¿Cuando podemos decir que una demanda es
verdadera?
Cuando esta sostenida por un deseo decidido y
se articula a un síntoma.
¿Cómo el sujeto puede hacer uso de un grupo, de una
institución para tratar su cuestión?
A partir de un ofrecimiento calculado que
apunte al sujeto y que favorezca un encuentro.
El problema es que se puede caer en lo
contrario de lo que se busca, es decir callar al sujeto invitándolo a hablar.
Se parte de que decir todo hace bien, pero esto justamente hace callar.
Tomar este espacio como un trabajo preliminar
al sujeto implica pasos lógicos.
Es importante poner el acento sobre el bien
decir, apuntando, a través del trabajo de la transferencia que haya preguntas
planteadas por el sujeto.
Recordemos que la emergencia pulsional, en vez
de hacerlo hablar lo ha hecho drogarse por lo que tenemos que tomar el drogarse
como una forma de decir[2].
La toxicomanía no es interpretable No se
interpreta el uso de la droga, pero lo que permite separase del toxico es
ubicar el lugar de inscripción, lugar de la presencia de del toxico.
No pensamos en el grupo con una función de catarsis,
sino que el sujeto tome la palabra a propósito de una experiencia atravesada
individual o colectivamente.
El sujeto no es soluble en lo colectivo,
aunque este el ideal del grupo, las circunstancias, el sujeto mantiene su
particularidad y su responsabilidad de sus actos.
El trabajo tomaría el camino de despegar al
sujeto del grupo
¿Como? Mantenerse abierto a los riesgos de la
sorpresa, todos tiene que poder expresarse y hacer circular la palabra, pero
sin presión, aceptar la modalidad de cada uno.
Apaciguar la angustia del que no puede parar
de hablar por una intervención o una pregunta, salir del mutismo.
En muchos grupos ocurre que hay uno que trata
de construirse en detrimento de otro del grupo por posiciones agresivas que juzgan, mostrando los ‘déficits’ del
semejante, hay que evitar esa deriva que lleva el grupo al fracaso.
Se trataría de alentar a cada uno a tomar sus
propios significantes, investir su propia historia, apuntar a la singularidad
del sujeto y desprenderse de los ideales
identificatorios del grupo. Tocar al sujeto desde el punto de vista de su
responsabilidad subjetiva.
Destaquemos entonces la importancia del
encuentro pero también de la ética de nuestra respuesta, para esto no tenemos
que dejar de lado el diagnostico de estructura.
La práctica de la intoxicación es ser
consumidor, es el sueño del discurso capitalista y la época muestra que todos
somos consumidores y que cada uno tiene una modalidad de “adicción”.
El consumidor quiere probar que el inconsciente
no existe.
Le toca a los psicoanalistas demostrar lo
contrario, convirtiendo al toxicómano en alguien apto para el análisis.